DA 12: “A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que
no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea,
sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona,
que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva"
(Benedicto XVI).
Puede ser que el mundo actual nos impulse a vivir tanto, pero tanto en el superficialismo de todo, que ya ni nos damos cuenta de que hay cosas profundas, majestuosas y trascendentes, es más me corrijo, no son cosas, es una persona, la Persona, es Dios. Pero tanta basura nos ha tapado los ojos y pareciera que nos aleja cada vez más de él. Cualquiera se puede desesperar frente a esta nota y decir que la “guerra cristiana” está perdida, y que tanta secularización ha invadido incluso el ambiente religioso.
Pero la verdad es otra, esta es nuestra oportunidad de despertarnos, de movernos, de ponernos en acción, de tal manera que, podamos purificar nuestras falsas imágenes de Dios y así re-encontrarnos, re-comenzar desde Cristo nuevamente, es un fuerte llamado que clama: ¡Es prohibido estancarse!
El Dios de la Biblia es un Dios Liberador, Aquel que nos arranca de nuestras inseguridades, ignorancias e injusticias, no eludiéndolas sino afrontándolas, superándolas. Dios no es el «seno materno» que libra a los hombres de los riesgos y dificultades de la vida, sino que, una vez creados en el paraíso, Dios corta rápidamente el cordón umbilical, los deja solitarios en la lucha abierta de la libertad y de la independencia, y viene a decirles: ahora sed adultos, empujad el universo hacia adelante y sed señores de la tierra {Gen 1,26). En adelante, la fe y la vida con Dios serán una aventura llena de riesgos. ¡Una verdadera aventura! Los que se atreven a vivir esta aventura serán figuras cinceladas por la pureza, la fuerza y el fuego. Serán testigos y transparencia de Dios.
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(Resumen del libro: “Muéstrame tu rostro”; de Ignacio Larrañaga).
Cuanto más se ora, más se quiere orar
Toda potencia viva es expansiva. El hombre, a nivel simplemente humano, es una tensión interior que le hace aspirar hacia lejanías inalcanzables; cualquier meta lograda lo deja como un arco tenso, siempre insatisfecho. ¿Qué es la nostalgia? Una búsqueda interminable de una plenitud que nunca llegará. Poseemos facultades para tal o cual función y cumplida esa función quedamos insatisfechos. A nivel espiritual el hombre es, según el pensamiento de san Agustín, como “una saeta disparada hacia un Universo (Dios)” que, como un centro de gravedad, ejerce una atracción irresistible sobre él, y cuanto más se aproxima a ese Universo, mayor velocidad adquiere. Cuanto más se ama a Dios, más se le quiere amar. Cuanto más se trata con El, más ganas entran de tratarlo. La velocidad hacia El está en proporción a la proximidad de El. Sin darnos cuenta, debajo de todas nuestras insatisfacciones corre una corriente que se dirige hacia el Uno, el único Uno capaz de concentrar las fuerzas del hombre y de aquietar sus ilusiones.
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Existe LA LEY DEL ENTRENAMIENTO, ley válida para los deportes atléticos, y válida también para los deportes del espíritu: cuanto más entrenamiento se hace, más o mejores marcas se pueden batir. Si a mí me dicen de pronto que haga a pie una caminata de 30 kilómetros, hoy no los podría hacer. Pero si diariamente me entrenara haciendo largas caminatas, después de varios meses no tendría dificultad alguna para recorrer los 30 kilómetros. ¿Cómo se explica esto? Había en mí capacidades atléticas que estaban dormidas, quizá atrofiadas, por falta de activación. Al ser puestas en acción, despertaron y se desplegaron.
Asimismo, llevamos en el alma capacidades espirituales que eventualmente pueden estar dormidas por falta de entrenamiento. Dios ha depositado en el fondo de nuestra vida un germen que es un don-potencia, capaz de una floración admirable. Es una aspiración profunda y filial que nos hace suspirar y aspirar hacia el Padre Dios. Sí esa aspiración la ponemos en movimiento, en la medida en que «conoce» su Objeto y se aproxima a su Centro, más densa será la aspiración, mayor peso hacia su Objeto y, por consiguiente, mayor velocidad.
Esto lo prueba la experiencia diaria. Cualquiera que haya tratado entrañablemente con el Señor a solas durante unos cuantos días, una vez regresado a la vida ordinaria un nuevo peso lo arrastrará al encuentro con Dios con nueva frecuencia; los rezos y los sacramentos serán un festín por que ahora los siente «llenos» de Dios. De esta manera va haciendo más denso el peso de Dios, que nos arrastrar con mayor atracción hacia El, mientras el mundo y la vida se irán «poblando» de Dios.
Se cumple la ley: a mayor proximidad, mayor velocidad, al estilo de la LEY FÍSICA DE LA ATRACCIÓN DE LAS MASAS
Crece la atracción en la medida en que es mayor el volumen de las masas y mayor la cercanía de las mismas.
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Pocas cosas nos harán sentir el realismo de estas leyes como aquella descripción del gran novelista Nikos Kazantzaki:
«Y mientras yo reflexionaba, Francisco de Asís aparecía en la entrada de la gruta. Resplandecía como un carbón ardiente. La plegaria había devorado aún más su carne, pero lo que le quedaba de ella brillaba como una llama. Una extraña dicha irradiaba su rostro. Me tendió la mano. —Bien, hermano León —me dijo—. ¿Estás dispuesto a escuchar lo que te voy a decir? Sus ojos brillaban como si tuviera fiebre, y en ellos podía yo distinguir ángeles y visiones que llenaban su mirada. Sentí miedo. ¿Habría perdido la razón? Adivinando mi temor, Francisco se me acercó para decirme: —Hasta ahora se han empleado muchos nombres para definir a Dios. Esta noche yo he descubierto otros. Dios es abismo insondable, insaciable, implacable, infatigable, insatisfecho... Aquel que nunca ha dicho al alma: ¡Basta ya! Se me acercó mucho más aún, y como si estuviera transportado a otros mundos, me agregó con voz emocionada: —¡Nunca Bastante! —gritó—. ¡No es bastante, hermano León! Eso es lo que Dios me ha gritado durante estos tres días y estas tres noches, allá en el interior de la gruta: ¡Nunca Bastan te! El pobre hombre que está hecho de barro, reacciona y protesta: ¡No puedo más! Y Dios responde: ¡Aún puedes! El hombre gime: ¡Voy a estallar! ¡Estalla!, responde Dios. La voz de Francisco enronqueció. Sentí lástima de él. Temí que hiciera cualquier disparate. Irritado, le dije: -¿Y qué quiere Dios ahora de ti? ¿No besaste al leproso, que tanta repugnancia te causaba? —¡No es bastante! —¿No abandonaste a tu madre, madonna Pica, la mujer más exquisita del mundo? —¡No.es bastante! — ¿Nó hiciste el ridículo entregando los vestidos a tu padre y quedando desnudo ante todo el pueblo? — ¡No es bastante! —Pero... ¿no eres el hombre más pobre del mundo? —¡No es bastante! No lo olvides, hermano León: Dios es "Nunca Bastante"».
Si somos sinceros, si miramos sin pestañear nuestra propia historia con Dios, habremos experimentado que Dios es como una sima que arrastra y cautiva y que cuanto más nos aproximamos a ella más nos cautiva y embriaga. «¡Oh Trinidad eterna! Tú eres un mar sin fondo en el que, cuanto más me hundo, más te encuentro; y cuanto más te encuentro, más te busco todavía. De ti jamás se puede decir ¡basta! El alma que se sacia en tus profundidades, te desea sin cesar porque siempre está hambrienta de ti; siempre está deseosa de ver tu luz en tu luz. ¿Podrás darme algo más que darte a ti mismo? Tú eres el fuego que siempre arde, sin consumirse jamás. Tú eres el fuego que consume en sí todo amor propio del alma; tú eres la luz por encima de toda luz. Tú eres el vestido que cubre toda desnudez, el alimento que alegra con su dulzura a todos los que tienen hambre. ¡Revísteme, Trinidad eterna! Revísteme de ti misma para que pase esta vida en la verdadera obediencia y en la luz de la fe con la que tú has embriagado mi alma». (Santa Catalina de Siena)
Cuánto menos se ora, menos ganas de orar
Existe en la fisiología una enfermedad llamada ANEMIA. Es una enfermedad particularmente peligrosa porque no produce síntomas espectaculares, y la muerte llega por el camino del silencio, sin espasmos. Consiste en esto: cuanto menos se come, menos ganas se tiene de comer; cuanto menos ganas de comer, menos se come, y sobreviene la anemia aguda. Así se abre y se cierra un círculo, el círculo de la muerte.
En la vida interior se repite el mismo ciclo. Se comienza por abandonar el hecho de la oración por razones válidas, a lo menos aparentemente válidas. En vez de dirigirse desde lo Uno hacia lo múltiple, siendo portadores de Dios, lo múltiple envuelve, encierra y retiene a los hermanos llenando su interior de frío y de dispersión.
De esta manera comienza a entrar en el interior del hermano, como una lenta noche, la dificultad para centrarse en lo Uno y Único. Cuanto mayor va siendo la dispersión interior, no faltarán nuevos motivos para abandonar el trato con Dios. Se va debilitando el gusto por Dios en la medida en que crece el gusto por la multiplicidad dispersa (personas, acontecimientos, sensaciones fuertes); comienza a declinar el hambre de Dios en la medida en que crece la dificultad para «estar» satisfactoriamente con El. Ya hemos entrado en la espiral. Abierto este círculo, nos hallamos en una verdadera pendiente: mientras voy desligándome del absolutamente Otro, voy siendo tomado por los «otros». Es decir, mientras el mundo y los hombres me reclaman y parecen agotar el sentido de mí vida, Dios es una palabra que va vaciándose cada vez más de sentido, hasta que, por fin, acaba por ser algo así como un trasto viejo que se tiene en la mano; lo miramos, volvemos a mirarlo y por fin nos preguntamos: y esto, ¿para qué? Ya no sirve. Se cerró el círculo, llegó la anemia aguda, hemos entrado en la recta final de la muerte, de la muerte de Dios en nuestra vida.
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Hay otra enfermedad que se llama ATROFIA. En esta enfermedad llega la muerte todavía más silenciosamente. Me explicaré. Toda vida es explosión, expansión, adaptación, en una palabra, movimiento. Este movimiento no es mecánico sino dinamismo interno. Si esa tensión dinámica es sofocada o detenida, automáticamente deja de ser vida. No hace falta que venga un agente externo y mortífero que provoque un desastre. El ser vivo deja de ser vivo desde el momento en que deja de ser movimiento. En la vida interior ocurre otro tanto. La gracia es esencialmente vida y presta al alma la facultad de reaccionar dinámicamente bajo los dones de Dios, de moverse hacia El, conocerle directamente tal como El se conoce, amarle tal como El se ama. En una palabra, esta gracia-vida establece entre Dios y el alma una corriente dinámica, correspondencias recíprocas de «conocimiento» y amor.
Esa gracia que es Don-Potencia es a la vez expansiva y fermentadora. Le ocurre lo que a aquella levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina hasta que toda la masa quedó fermentada. Una vez injertada en la naturaleza humana, esa gracia, por ser vida, tiende a conquistar nuevas zonas en nuestro interior, penetra progresivamente en las facultades, domina las tendencias egoístas y, una vez liberadas, las somete al beneplácito divino, hasta que el ser entero pertenezca completamente al Único y Absoluto. Esta es la breve historia de un Don-Potencia, derramado en el fondo del alma.
Pero si esa gracia deja de moverse, es decir, se estanca, también deja de vivir. Si esa vida no lleva una marcha ascendente y expansiva, automáticamente toma la ruta de la muerte por la ley de la atrofia. Existe la esclerosis también para la vida del espíritu. Si los «tejidos» de las facultades interiores no son sometidos al ejercicio, rápidamente sobreviene el endurecimiento y la rigidez. Al orar poco, sentimos que hay dificultad para orar, como que las facultades interiores se endurecen. Y al sentir la dificultad, se tiende a abandonar la oración dentro de la ley del menor esfuerzo. Y ese gran Don-Potencia sencillamente se «inhibe», su vitalidad toma el rumbo de la in-acción, de la in-movilidad y de la muerte.
Tengo la impresión de que entre nuestros hermanos hay quienes han tenido una fuerte llamada para una vida profunda con Dios, y de que esa llamada está languideciendo por una historia que se repite frecuentemente: dejaron de rezar, abandonaron los actos de piedad, subestimaron los sacramentos, desplazaron la oración personal, dijeron que a Dios hay que buscarlo en el hombre, y por buscar a Dios, dejaron a Dios... He conocido casos por los que, aún ahora, siento tristeza: el caso de hermanos a los que en otro tiempo «se les dio» una atracción poco común por el Señor, atracción que, bien cultivada, pudo haber dado a sus vidas un gran vuelo, y, sin embargo, hoy se los ve fríos y, ¿por qué no decirlo?, tristes.
Efectivamente, a muchos se los ve dominados estancados, por un algo que podríamos llamar frustración, y no saben por qué. Para mí la explicación es muy clara: allá, en el fondo de sí mismos, muchas capas más abajo de su consciente, están sofocando aquella llamada fuerte que a unos se les ha dado y a otros no. Una vida que pudo haber florecido, sólo quedó en posibilidad.