Si existe algo realmente cambiante en este hermoso planeta es el ser humano, hoy feliz, mas tarde triste; hoy le gusta un color mañana otro; hoy tiene una filosofía de vida mañana otra; hoy experimenta una libertad increíble y mañana es esclavo de todo o de algo... en fin, es un ser cambiante, ya lo había declarado el famoso filósofo griego Heráclito cuando dijo: “Panta rei” (Πάντα ῥεῖ; "todo cambia"), quien con esa expresión opinaba que todo está en cambio continuamente... todo.
La argentina Haydée Mercedes Sosa, también lo había cantado majestuosamente -aunque la canción es de un judío nacionalizado chileno- “cambia todo cambia, cambia lo superficial, también cambia lo profundo, que yo cambie no es extraño...”, por eso entre el ser humano y Dios debe haber un MUTUO ACOSTUMBRARSE, esto es que el ser humano se debe acostumbrar a Dios, así como Dios debe acostumbrarse al ser humano...
Dios que a veces habla, a veces calla, a veces está otras se oculta, a veces “día soleado”, a veces “noche oscura”, a veces en un salmo o un canto, a veces por mas salmos y cantos... nada. El ser humano que hoy quiere cantar “Alma misionera” desgalillándose y otras ni siquiera puede orar, que vive momentos de gracia y bendición espléndidos y otras prefiere el fango del pecado, y revolcarse en el mismo...
San Ireneo de Lyon (+202) afirmó que Dios y el hombre tenían que acostumbrarse el uno al otro, y Dios aprendió las costumbres y modos humanos, y el hombre, al ver al Verbo encarnado, aprendió los modos divinos. Este santo habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina bajo la imagen de un mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre:
"El Verbo de Dios [...] ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre, según la voluntad del Padre" (CEC 53).
Por eso tenemos que acostumbrarnos a percibir a Dios y acostumbrarnos a estar con Dios. Así como Dios tiene que acostumbrarse a estar con nosotros y en nosotros ¡que somos tan cambiantes!, acostumbrarnos a Dios, como Dios se tiene que acostumbrar a nosotros, a nuestra pobreza y fragilidad.
Entonces no hay que sentirse TAN TAN TAN mal cuando la relación con Dios no va “asoleada” o cuando uno está pasando momentos espirituales difíciles, o desánimos del diario vivir, así como tampoco hay que asegurar un buen momento ligándolo a pensar que FE tiene que ver con emociones y “bendiciones” es decir, porque “me siento bien orando así”, o “con este grupo calzo perfectamente”... En Jesucristo tenemos la certeza de que Dios y el hombre se fueran acercando y no alejando, se fueran acostumbrando uno a otro y pudiese nacer una amistad que es la vida verdadera del hombre. Que nuestra salvación consiste en un ETERNO Y MUTUO ACOSTUMBRARSE entre Dios y uno. Por lo tanto lo cierto de este asunto es que podemos afirmar con toda seguridad que es mejor acostumbrarse a estar en un constante desacostumbrarse y volverse a acostumbrar en cuanto a Dios y uno se refiere.