El Señor Dios hizo brotar del suelo toda
clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer; además, el árbol
de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y
el mal (Gn2,9).
El ser humano es la creatura más importante para Dios,
hasta el punto de que todo lo hace para él, entre toda la creación el hombre es
lo más precisado y amado por Dios (cf Sal 8), y le crea con 2 características
que están muy bien expresadas en los 2 árboles ubicados en el centro del jardín:
-el árbol de la vida
-y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
Arte medieval de ilustrar un árbol de frutos abundantes |
Del primer árbol -el de la Vida- podemos afirmar que todos
nosotros hemos sido creados para tener VIDA PLENA, ya lo dijo Jesucristo “yo
he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10), en el gesto
de poder comer de ese árbol de la vida indica ya ese “haber alcanzado la plenitud
de la vida” que es uno de los dones preternaturales (que perdimos con la caída
y los recuperaremos con la resurrección). Estamos llamados a la vida, a
vivirla, a plenificarnos (cristificación), a ir de más en más cada día, la
plenitud que alcanzaremos se va viviendo ya, desde ahora.
El Señor Dios dio este mandato al hombre:
«Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento
del bien y el mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que
morir» (Gn2,16-17).
Luego, está el otro árbol del conocimiento del bien y del
mal: su existencia implica que el ser humano fue creado con libertad, ese árbol
es la primera vez que aparece la palabra “mal” en la Biblia, y esto es de sumo
interés porque quiere significar que ésta es la única realidad que tiene
vinculación con el mal, la cual es precisamente la LIBERTAD HUMANA, es nuestra libertad
la que se pone en juego, es el ejercicio de la libertad donde uno decide si
hacer el bien o el mal, pero visto bíblicamente (y ésta es la teología
católica) la LIBERTAD HUMANA significa el riesgo que toma Dios de cara a
nosotros, porque podemos elegirle a él que es el Sumo bien, o podemos
rechazarle haciendo el mal, esa es la “grandeza” de la libertad del ser humano.
¡La libertad moral es buena porque permite que el hombre ame, pero, al mismo
tiempo, es riesgosa porque permite que el hombre elija no amar!
El árbol da un
conocimiento experiencial del bien y del mal si te mantienes alejado de él
vivirás. Pero si comes de él conocerás el mal por experiencia. El hombre tiene
que ejercer su libertad, el hombre pone en juego su libertad. El hombre tiene
que ejercer su libertad en esta vida, en el acto de vivir caminando de hacia su
plenitud, de perfección en perfección de más en más.
II EL MANDATO -PROPIAMENTE
DICHO- QUE DIOS DA AL HOMBRE EN EL GÉNESIS.
El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara
y lo cultivara (Gn2,15).
Es interesante ver
que el mandato de Dios sobre el ser humano es SHAMAR שָׁמְרָֽהּ (guardar-custodiar)
y ABAD עָבְדָ֖הּ (servir) verbos usados para los
sacerdotes en el templo, son verbos que pertenecen al culto a Dios en el Templo
de Jerusalén, quiere decir que la función del hombre en la tierra es una “función
sacerdotal” para dar gloria a Dios.
Como hacía San Francisco
de Asís en el Cántico de las creaturas invitándolas a BENDECIR AL SEÑOR. En el
acto de guardar-custodiar y servir se nota el mandato que Dios le ha dado al
ser humano, pues, de hecho, cada uno de nosotros estamos llamados a ser custodios
de toda la creación, sin excepción, y con más razón ser custodios de la creación
mas bella y perfecta que Dios ha hecho: el ser humano. Entonces, así como nos
interesa los temas de salvaguarda de la creación, de la extinción de animales,
de incendios forestales imparables, de ríos técnicamente envenados con nuestra
basura citadina, humo de las máquinas roedoras… con más razón debemos ocuparnos
del prójimo, pues hay un mandato divino de custodiar y servir.
Shamar (guardar-custodiar) y Shemá (escuchar) tienen relación: custodiamos bien cuando escuchamos bien (a Dios) |
Custodiamos
cuando hacemos el bien en vez del mal, custodiamos cuando ayudamos a crecer integralmente
a las otras personas en vez de destruirlas internamente, custodiamos cuando sembramos
esperanza y cosas buenas en la vida de los demás en vez de pisotearlas,
custodiamos cuando favorezco el bien, la bondad y la belleza en los demás en
vez de favorecer el mal, la maldad, la fealdad. Servimos cuando pongo en práctica
lo que Dios nos ha pedido ser ante él, ante los demás y ante nosotros mismos.
Y es que en nuestro
paso por este mundo se trata de dejar huellas que no heridas, así custodiamos y
servimos. Es cierto que la convivencia humana y fraterna es difícil, pero es
mas cierto aún que para “pelear” y para “discutir” se necesitan dos partes, dos
personas, así que si uno decide “romper esa cadena”, bajar la curva de pelea,
de enojo, de “discusión sangrienta”, de inhumanidad entonces estamos custodiando
y sirviendo, estamos entonces siendo obedientes al mandato de Dios, su palabra
está siendo escuchada y está siendo puesta en práctica.
Con el tema de “custodiar”
y “servir” en nuestra vida se trata de que glorifiquemos a Dios, que nuestra
vida sea una alabanza a Dios, toda nuestra vida, nuestros actos, nuestros aciertos
que todo sea una “función sacerdotal” para Dios, una alabanza. Nuestra vida en
función de la creación, en función de los demás, no nuestra vida en la intimidad
de la oración, solamente. Nuestra vida privada es una parte de lo que es TODA
NUESTRA VIDA. Dicho en directo: de nada serviría tener una altar bonito en mi
habitación y hacer 2 horas de oración diaria si eso no me hace MEJOR PERSONA de
cara al mundo, de cara a los demás. Terminemos orando:
¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!,
que no
busque yo tanto
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna.
III LA SERPIENTE…HA-NAJASH.
La serpiente lo que tiene de
interesante, por así decirlo, es la astucia con la que presenta a Dios como el
enemigo. ¡Todo pecado tiene una mentira que promete algo que no da! La cuestión
no era “serán como dioses” sino ¿cómo es posible que la serpiente se pone a
ofrecer cosas que no le pertenecen, incluso a Jesús en las tentaciones del
desierto le dijo “te daré todos los terrenos si te postras” ¿ACASO LA TIERRA ES
DE LA SERPIENTE? Acaso, desde la teología bíblica, la tierra entera no ha sido
puesta en manos del hombre y la mujer, para que “shamar y abad”.
La mentira que “vende” la serpiente es
vender el pecado. Pone a Dios como el rival del ser humano, lo presenta como un
Dios envidioso que no quiere que sean como él, y ha tergiversado de tal manera la
realidad, la serpiente ha logrado hacer una DISTORSION en la que termina convenciendo
a la mujer y al hombre a que coman.
Lo peor es que lo que ofrece la
serpiente -como algo que no tuviera el hombre- en realidad ya lo tenía PER
NATURA, PER GRATIA todo lo que pensaba que no tenía. Ya el ser humano
participaba de la VIDA DIVINA Y PLENA. ¿Quién es la serpiente para dar lo que
no le corresponde, si el dueño de todo es el hombre dice el salmo 8? La mentira
es presentar a Dios no como amigo, sino como enemigo. La gran mentira es que la
serpiente dice: “seréis como dioses” y, precisamente, ¡el que más quiere que
seamos como dioses es Dios mismo!, nos ha creado a su imagen y nos ha llamado a
su semejanza, lo que más quiere es que compartamos su propia vida intra-trinitaria,
el único que no quiere que seamos como Dios es la serpiente y por eso la
zancadilla. Se mete en el camino que el ser humano estaba caminando hacia la
plenitud, y vende el pecado como la posibilidad para la realización más profunda
del ser humano: LA VIDA PLENA, la plenitud de vida.
El tema de Eva y Adán, en quien
estamos representados todos nosotros, es: ¿de quién me fio de Dios o del diablo?
… ¿qué cosas he recibido de Dios? ¿Qué cosas he recibido del diablo? De Dios he
recibido: me ha modelado, me ha dado bienes, frutas, compañero (a), animales,
agua, sol, ríos, todo gratis, me ha dado todo… ¿y la serpiente que me ha dado? ¡NADA!,
¡CERO!, no tengo razones para fiarme de la serpiente, pero Eva no hace discernimiento
de ello. Y se va detrás de la “promesa falsa” (doxa del pecado) que nunca se
cumple.
El ser humano es creado en comunión con Dios, en amor con Dios, podemos imaginar una especie de “cordón umbilical creacional espiritual” entre el alma de Adán y Eva y Dios, esa unión es la confianza y el amor del ser humano con Dios. Y el pecado, sencillamente lo corta. El pecado implica POR UN LADO la muerte porque dejo de estar unido a Aquel que podía darme vida (realidad psicosomática) entonces seré como una batería que se va gastando hasta que se haga polvo, POR OTRO LADO, el ser humano por darse así al enemigo en confianza al enemigo, se somete a la serpiente (se desconecta de Dios y se conecta al enemigo), porque el demonio lo que quiere es destruirnos ¡IPSO FACTO! Con sus artilugios y mentiras, con sus falsas promesas, con sus enredos, lo que desea es que se acabe todo: tanto el plan de salvación como el ser humano… ¡Adiós al género humano, adiós al plan de salvación! Pero se le vino abajo el negocio.
Hay 2 consecuencias ontológicas de
romper el cordón umbilical: a) NO SEGUIR RECIBIENDO LA VIDA (porque el don
preternatural era seguir viviendo en vida plena hasta llegar al hombre perfecto
sin haber pasado por la muerte); b) SOMETIMIENTO o dependencia de aquel a quien
entregue mi libertad (satán). Esto pocas veces se subraya en la teología, pero
debemos terminar aquí la reflexión afirmando 3 verdades: a) la historia del
hombre en la tierra no gira en torno al pecado sino en torno a la gracia de la
salvación que Dios nos da; b) el protagonista no es la serpiente, ese es un
personaje secundario, los actores serán los que estaban unidos por el “cordón
umbilical creacional espiritual” Dios y el hombre; c) Jesucristo es quien
ilumina perfectamente todo este misterio de salvación, es quien esclarece en su
ser la realidad de nuestro ser. Permítame dos citas largas de la CONSTITUCIÓN
PASTORAL GAUDIUM ET SPES SOBRE LA IGLESIA EN EL MUNDO ACTUAL que
con palabras hermosas y apropiadas dejan mas claro lo que he venido diciendo en
esta redacción.
GS 19. La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin embargo, los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan en forma explícita. Es este ateísmo uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo. Y debe ser examinado con toda atención.
GS 22. Cristo, el Hombre nuevo
En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona.
El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado.
Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En El Dios nos reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2,20). Padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.
El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito entre muchos hermanos, recibe las primicias del Espíritu (Rom 8,23), las cuales le capacitan para cumplir la ley nueva del amor. Por medio de este Espíritu, que es prenda de la herencia (Ef 1,14), se restaura internamente todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo (Rom 8,23). Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu que habita en vosotros (Rom 8,11). Urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso de padecer la muerte. Pero, asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección.
Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.
Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba!,¡Padre!
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